Nido de Antiprincesas

Atajar hasta que las manos ardan

Gisela es arquera. En la cancha. En la vida. Sabe usar su metro setenta y siete y sus zapatillas número 40 para pararse firme. Segura. Noble. Dónde sea. Atajando penales o fines de mes ajustados. Ella los ataja. Ella podría dejarse vencer. Pero ella ataja.
jueves, 6 de diciembre de 2018 · 00:00

Por Mime Mascaró

Es de noche. Para el común de los mortales ya está terminando el dia. Para las madres, como Gisela, es momento -después de una larga jornada de trabajo- de preparar la cena, de leer notitas en cuadernos de comunicaciones, ( y de ser el caso, momento de la charla aleccionadora con hijos que ese dia “no respetaron las normas aulicas de convivencia”) preparar mochilas, planchar ambos, preparar baños, leer cuentos, (para las más afortunadas, como es su caso,  tareas compartidas con el compañero de la casa. Dani es su compañero de la casa, un santiagueño que siempre sonríe, que acortó distancias y creó comunidad a fuerza de mates y de veredas).

Para el común de los mortales, el día se está cerrando.

Pero para Gisela no.

Ella después de todo el misal de tareas hogareñas , se clava los guantes, las canilleras, los cortos y sale a atajar.

 

 

Gisela con g de garra

Ella arranca el día a las 6:00 am. Mientras se viste, lo viste a Santiago, su hermoso hijo de 7 años. Ella sabe que ya tiene edad de vestirse solo, pero le gusta darle y darse ese mimo. (tal vez, como un regalo para su niña que fue, la que caminaba 8 kilómetros todos los días junto a sus hermanas mellizas Adela y Catalina para ir a la escuela rural Comandante Luis Piedra Buena desde Canals, su pueblito cordobés natal) . Desayuno para dos (Dani, su esposo, es enfermero de terapia intensiva de la neonatología del CEMIC, y por lo general trabaja de madrugada). Auto; primera parada, escuela de Santi; segunda parada: clínica Fundación Médica, donde trabaja Gise. Es kinesióloga y osteópata.Y cordobesa, neuquina por adopción. Llegó a la  ciudad a los veintipico, con un título y dos grandes amigas bajo el brazo y no mucho más que eso . Y llegó. Y se quedó.Y pudo.

(Laura Gelabert y Nuria Navarro , sus amigas incondicionales,  le dieron un hogar mientras lo necesitó).

 

Martes 630 am. Santi ese día se levantó antes y ayudó a mamá. La pelota siempre cerca.

 

Lunchera para Santiago. La 15 para ella.

 

Algunas reinas no viajan en camello

Volvamos a su día. (Perdón , a su noche).

Por segunda vez en el día Gisela cruza la ciudad de Neuquén desde su amado barrio Cumelén hasta llegar a la vecina localidad de Cipolleti, a las canchas de Don Bosco, donde se juega el torneo Siamo Martes. Esta vez no lleva a Santi. Mariana y María, compañeras de equipo, son sus copilotos que llegan caminando hasta su casa para compartir el viaje.

 

 

Los 20 km de oscura madrugada que la vieron pasar al comenzar la jornada, saludan ahora a esta arquera de 33 años del equipo de fútbol femenino Fenix. Los kilómetros son los mismos y la oscuridad también. Pero por su cuerpo ya han pasado 14 horas de dia.

Gisela sabe de trayectos. No les tiene miedo. Ella es una gladiadora.

 

Yo te daré, te daré niña hermosa, una cosa que empieza con F

Resulta difícil imaginar detrás de sus guantes de cuero negro y amarillo la figura de sus dedos largos, finos y trigueños que horas antes calmaban el dolor de alguna columna díscola , los mismos que años atrás formaban la cuenca perfecta donde entraba la ración justa de alpiste para las gallinas del campo donde trabajaba su papá en Córdoba.

Gise minutos antes de empezar el partido. Moja sus guantes para aumentar el agarre.

 

De a poco llega el resto del equipo; Naty, Caro y Patito en bici, escoltada por su nieto.

El viento empieza soplar. Sopla fuerte. Silba. Chifla.Está en un cancha.El viento atropella pelos y banderines, pero ellas, como si nada. Siga, siga; parecen decirle cocoritas. Esperan su turno. Llega su turno. Se calzan sus pecheras, ponen un pie en la cancha y se convierten en aves Fénix.

 

Patito es abuela y parte del equipo. Llega en bici y junto a su nieto.

Viento y mensajes. "¿Gorda dónde dejaste el ibuporfeno?"

 

Las chicas esperando a las chicas 

 

Mariana, Naty, Caro, Patito, Gise y María. Faltan las Lauritas y Viky. Ellos son las Fénix.

 

Comienza el partido. Parada debajo del arco, Gisela es un cuadro. Ella no vigila el juego, ella lo cuida.  Convierte el fondo de la cancha en el principio. Y el fin.

 

Jugarse la vida

El país vive un momento histórico de reivindicación de derechos de la mujer. Y nos gustaría pensar que no es tan engorroso para nosotras jugar al fútbol en Argentina hoy. Pero aún,  lo sigue siendo. Y mucho. Y Gisela es testigo y testimonio de eso.

La intrincada ingeniería que hace todos los martes y sábados, necesita -necesariamente-, de otras tantas ingenierías caseras similares que sucedan al unísono en al menos una decena de otras casas, de otras mamás, de otras mujeres.

Entonces, como un recordatorio de que las conquistas se comienzan en las marchas pero se ganan en la cancha; emerge una verdad:  para una mujer jugar al fútbol es más que un pasatiempo. Es una decisión de vida. De familia, de compañeros de vida que bancan la parada y de hijos orgullosos por sus mamás futbolistas.

Para que una mujer juegue al fútbol en Argentina se tiene que producir prácticamente un milagro.

Y hoy les contamos el milagro de Gisela.

En su historia, celebramos las de decenas de tantas otras mujeres, que se toman muy a pecho eso de seguir jugando toda la vida.

 

Los derechos se pelean en las marchas y se ganan en la cancha.

 

 

 

 

 

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