“Una birra bien tirada, con bife de chorizo a punto, y unas papas”, así a secas y conociendo la carta, hizo el pedido. Se apoltronó en un rincón y esperó. Unos centímetros más allá, tres muchachos enfundados en sus camperas también esperaban por la cerveza. Una de litro, industrial y marca reconocida a 160 pesos, no está mal. Mucho menos si te la llevan a la mesa, “frapé-frapé” a las 2 de la madrugada y en cuarentena.
Con toda la furia en el lugar entran alrededor de 10 personas, aprovechando bien el largo mesón, pero ya no sería posible respetando la distancia que impone esta pandemia. Detrás de la barra, una mujer con barbijo se muestra con soltura en la atención al público, y sus dos compañeros también, aunque por alguna razón desconocida, pasan las horas y ninguno se coloca tapabocas.
En definitiva, a esta altura del relato, no importa mucho el coronavirus porque no hay un solo rincón donde se respeten las restricciones que hace más de 2 meses vienen pidiendo, vía decreto, las autoridades, desde el presidente de la Nación, pasando por el gobernador y siguiendo por el intendente.
Por lo menos, no en este caso. En Melipal, no hay cuarentena.
Finalmente se llega, entrando por calle 1° de Mayo, que es una suerte de diagonal que cruza todo el barrio desde la neurálgica Novella, altura 3.500. Hasta ahí, un barrio normal después de las 20 horas. Más en otoño, que comienza a oscurecer temprano.
Pero el verdadero acceso, el “posta”, sólo es posible a través de dos callecitas: Lago Pihué o Kilka. Hay que recorrer unos 100 metros, entre pasajes que rodean los departamentos en tira, como módulos, y ahí empiezan tímidamente a aparecer las lucecitas. Unos metros más, y en su plenitud se divisa el famoso carrito gastronómico. No es improvisado, pero es grande, de esos que se ven en el Paseo de la Costa en el verano. La barra y las mesas están delimitadas por un grueso nylon que protege del viento, y el piso -como otro signo de rebeldía quizás- es de un verde intenso y sintético. Más típico de primavera que de este otoño de pandemia.
La carta es abundante y las bebidas que circulan también. Las lámparas tenues le dan un estilo familiar pero no deja de ser un comercio, hecho y derecho. De lunes a viernes, hasta las 2 de la madrugada. Se puede hacer pedido por delivery o simplemente, apoltronarse a la espera de “una birra bien tirada, con bife de chorizo a punto, y unas papas”.