La iniciativa fue de la concejal Jorgelina González, y fue aprobada en la sesión de este jueves del Deliberante capitalino: Horacio Quiroga, quien fuera cuatro veces intendente de la capital y dos veces concejal; quien además representara la provincia a nivel nacional y se inscribiera como uno de sus políticos más destacados, fue declarado Ciudadano Ilustre. Post mortem, como le hubiera gustado, seguramente, a él mismo, pues era arisco para los homenajes sobrecargados, con cuerpo presente del homenajeado en cuestión.
Habrá alguno que discuta la medida, como siempre hay, pero posiblemente tenga una fuerza de unanimidad abrumadora. La figura de Quiroga no se empequeñece a medida que se aleja de su paso por la vida, sino que se agranda, se enaltece, con esa rara cualidad que tiene lo que ya no existe, o, mejor dicho, lo que ya no existe en ese plano ordinario donde existimos, lleno de mezquindades, inflaciones, devaluaciones, estafas, amargura y poco humor, poco, poquísimo, mucho menos del que había cuando Pechi transitaba enérgicamente subiendo del Bajo al Alto o bajando del Alto al Bajo, mirando dónde asomaba una pérdida de agua, donde se hundía el pavimento en algún bache.
A Quiroga se lo extraña, y eso ya es mucho decir. Se lo extraña sobre todo en el ambiente político: lo extrañan los adversarios, que ya no tienen con quién pelear, lo extrañan los propios, que no tienen a quién consultar o de quién recibir una frase aguda como un cuchillazo, lo extrañan (lo extrañamos) los periodistas, que nos habíamos acostumbrados a sus clásicos aforismos, como aquel que decía "los argentinos queremos vivir en Cuba, pero como en Miami"; o ese otro que aseveraba que fulano era tan tramposo, tanto, que "se hacía trampas jugando al solitario".
Ahora, desde hoy, Horacio Quiroga es ciudadano ilustre, de esta ciudad que eligió para vivir, para querer, y para gobernar.