Por Hernán DI Menna
Brian habla pausado pero sin parar de decir. Su modo de comunicar tiene concepto permanente, tiene sonoridad hasta en la forma de contar su historia, quien es y de donde viene. En una charla con Mejor Informado, enfundado en un gorrito de lana que hace que sus valientes 22 años parezcan algunos menos, nos metemos en la vida de este joven descendiente de Mapuches que quiere llevar la ancestralidad y su lucha a cada rincón de la Argentina de la mano del rap.
Nació y vive Cushamen, una pequeña localidad ubicada en el noroeste chubutense, que no llega a los 1.000 habitantes. “Lugar desértico” o “lugar desolado”, son los significados etimológicos de esta comuna rural enclavada mirando de cerca a la Cordillera de Los Andes. La imagen de su pueblo aparece de fondo en sus videos, en sus letras, en sus redes sociales, incluso en una remera.
Yo me considero un trabajador que hago música patagónica, no podría ponerle algún título a mi estilo.
Es un territorio ancestral de la comunidad mapuche-tehuelche, de la que descienden casi todos los habitantes y cuya identidad levanta como bandera. Tanto es así que usa el Mapuzungún, la lengua originaria del pueblo, para muchas de sus rimas. Y también por eso, su apellido Millanahuel, es también su nombre artístico: "Me representa. Es lo que soy y quiero llevarlo en alto. Significa Tigre de oro".
QUE CANTE!
“Me crie en donde grabo ahora, el ranchito-estudio le digo yo, una casita de adobe, bajita con techo de chapa de cartón, que es donde vivíamos con mis dos hermanos. Lo acondicioné para grabar. Tuve una infancia común como todos los pibes de acá, con carencias pero que no nos faltó la comida, mis viejos se la rebuscaban para darnos la mejor. En el transcurso a la adolescencia, sí empecé a observar el consumo muy marcado del alcohol, del que me fui acostumbrando pero viendo esa especie de dolor en las personas”.
A los 13 emprendió el viaje a Cholila, a dos horas de su terruño, mitad camino de asfalto mitad de ripio, para seguir sus estudios secundarios. Arrancó planeándolo con un amigo que se arrepintió y tuvo que irse sólo. “Elegí irme”, dice. Esa decisión pronto tomaría sentido.
Se encontró allí a decenas de chicos de pueblos cercanos, con quienes hoy sigue siendo amigo. Y es allí donde arranca su historia con la música. “Ibamos a clase de 8 a 17, con una hora de estudio en el albergue y hasta la cena había un rato muerto. Entonces empecé a ver que algunos tocaban la guitarra, la mayoría folclore, y empecé a pedir que me enseñaran. Con el tiempo vi que había un teclado Casio que nadie tocaba. Ahí me puse con el celular canciones de Damas Gratis e intentaba dedo a dedo, nota a nota, sacarlas”.
Las horas muertas empezaron a volverse clases y ensayo de música que de a poco tomaban forma. “Agarré coraje cuando me grabaron cantando. Un asistente del colegio me grabó sin que me diera cuenta y se lo mostró a los profesores. Ahí me hicieron sentir que lo hacía bien, me empezaron a pedir que cante”.
Las letras ya venían con él desde Cushamen. “Yo ya escribía de más chico, me salía, no tenía tanto conocimiento pero ya escribía, no sé donde habrán quedado esos cuadernillos, pero algunas barras y frases me volvieron a la mente y las metí en algunas canciones”.
Y recuerda: “Lo hacía porque ya entendía lo que había pasado con nuestro pueblo, cosas que aprendimos con las charlas de abuelos en el colegio, y me nacía escribir lo que pasó, de nuestros antepasados, de la Conquista del Desierto, nunca pensado en que se iban a volver canciones”.
QUE SE SEPA
Lo que hoy es “Manifiesto”, “Estamo’ acá” y “Salvemos la Patagonia”, donde palabras en mapuzungun se trenzan con beats agresivos, pegadizos y llenos de historia, tiene su razón de ser. Su objetivo es claro, noble y así lo explica:
“Con el rap quiero que los más chicos y la gente de mi edad se sientan identificados y orgullosos de nuestra cultura. Que entiendan lo que les pasó a nuestros antepasados, lo que sufrieron y muchos otros aspectos que no se hablan en el día a día. A través de una canción puedo lograr que esa temática aparezca y que se hable, que se conozca, que en un ambiente familiar se creen conversaciones que quizás de otra forma no se hablarían. Que se sepa de nuestra riquísima cultura reivindicando a nuestros ancestros”.
Se nota su orgullo, lo remarca. Y sueña: “Me gustaría dedicarme de lleno a la música y enfocarme en eso. Si no tenés el tiempo o estás haciendo otras cosas es mucho más difícil”.
Sus días hoy trascurren yendo a trabajar y complementando con otras actividades como un taller de teclado que dictaba por la tarde y que acaba de tener pausa debido al frío.
Su estudio donde graba lo fue armando paso a paso, en su soledad perseverante y creciendo de acuerdo a lo que le pedía su música. “Arranqué con una compu vieja y un micrófono que encontré, lo enchufe directo, igual que la guitarra. Después me di cuenta que iba a necesitar una placa de sonido. Y así de a poquito lo fui completando, mientras aprendía. Conseguí un micrófono de condensador, un pie, auriculares, distintos cables que se necesitan. Y todo solo, por curioso. Y ahí pienso y hago desde la idea original, el beat, las voces, la letra, todo”. Lo que se dice un músico y productor de toda la cancha.
La última pregunta sobre su estilo musical la interrumpe, intentando ponerle límites al encasillamiento. "Siento que la palabra rapero me queda un poco grande, yo me considero un trabajador que hago música patagónica, no podría ponerle algún título a mi estilo”.