Mary Salvo está al frente de uno de los tantos comedores/merenderos de la ciudad de Neuquén, hace más de 11 años, pero lleva el doble de trabajo solidario constante. Ha visto en su camino miles de situaciones donde la pobreza y el hambre no tienen edad ni género, sólo se mide y es mucho. “Muchísimo, cada vez más”, afirma.
“En diciembre venían 234 personas a comer, pero ahora hay muchísima más gente, abuelos que vienen solos, familias completas con muchos chicos (en promedio entre 4 y 5), madres solas con sus hijos. No alcanzamos a darles de comer a todos, así que como no podemos alimentar a todos les preparamos bolsitas, con arroz, polenta, frutas y verduras”, cuenta y aunque intenta disimular, detrás del barbijo su mirada es triste. Y razones le sobran.
Cuando la periodista le pregunta, de dónde llegan quienes acuden al comedor, Mary enumera: “La Meseta (6,5 kilómetros de distancia de donde funciona este merendero), Valentina (a 3,5 kilómetros), San Lorenzo (a casi 4 kilómetros de distancia), además de otros barrios como Los Hornitos o Loteo Social, en el oeste neuquino. Y mucha gente nueva viene todos los días”.
En el comedor de Mary, Caritas Felices, la pobreza tiene nombre y apellido, tiene rostro. Pero en números, la evidencia es igual. Desde que se declaró la pandemia y hasta mediados de julio, el gobierno neuquino a nivel provincial asiste a 104 Centros de Merienda, con 5 mil raciones de merienda; otros 2 mil en insumos para las Organizaciones Sociales; sumado a unas 900 raciones diarias distribuidas en 6 Centros de Alimentos; y otras 5 mil viandas diarias a 27 centros de alimentos, según información oficial. Pero no alcanza.
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