Cada 2 de abril nos enfrentamos a preguntas difíciles sobre la Guerra de Malvinas. Si bien muchos la han reducido a un conflicto irracional impuesto por la dictadura, ¿qué pasa con los que realmente lucharon allí? Durante décadas, los combatientes han sido invisibilizados, sometidos al silencio y, en muchos casos, al olvido. Pero entre esas sombras hay nombres que siguen vivos en la memoria colectiva. Uno de ellos es el de Jorge Néstor Águila, "Moncho", un joven neuquino cuyo sacrificio no puede ser ignorado. Su historia, más allá del hecho de ser un héroe, nos invita a reflexionar sobre el valor del recuerdo y el trato que les hemos dado a quienes dieron todo por nuestra soberanía.
Moncho Águila tenía 20 años cuando murió el 3 de abril de 1982 en las pedregosas playas de Grytviken, en la Isla San Pedro (Georgias del Sur). Apenas unas horas antes, una multitud colmaba la Plaza de Mayo, celebrando la recuperación de las islas con fervor. Mientras en Buenos Aires las banderas flameaban, en el Atlántico Sur, la guerra ya cobraba su precio. Su temprano sacrificio es clave para comprender aquello que durante demasiado tiempo fue silenciado.
Moncho Águila tenía 20 años cuando murió el 3 de abril de 1982 en las pedregosas playas de Grytviken, en la Isla San Pedro (Georgias del Sur). Apenas unas horas antes, una multitud colmaba la Plaza de Mayo, celebrando la recuperación de las islas con fervor.
¿Pero qué hacía en Grytviken, tan lejos de Puerto Argentino? ¿Qué misión cumplía en ese rincón helado, casi en el borde de la Antártida? ¿Por qué su cuerpo reposa en su pueblo natal, Paso Aguerre, mientras que otros compañeros descansan en el océano o en las islas? Y más allá de estas preguntas, un planteo aún más inquietante: ¿qué habría sido de él si hubiera regresado con vida? ¿Habría encontrado su lugar en una sociedad que, mientras honra a los caídos, a menudo ignoró a quienes volvieron de aquel infierno, etiquetándolos despectivamente como "chicos de la guerra"?
Son interrogantes que no tienen respuestas fáciles, pero nos desafían a reflexionar sobre cómo valoramos el sacrificio y la memoria. Es común que idealicemos la muerte en el campo de batalla, pero ¿es solo esa la imagen que debemos conservar? La memoria de Moncho no debe limitarse a la conmemoración de su sacrificio, sino también a la reflexión sobre cómo hemos interpretado aquella guerra y tratado a quienes, como él, arriesgaron su vida por una causa que los trascendía.
Para quienes no vivieron la guerra, ese pasado puede parecer lejano, una historia de otros tiempos. Pero su legado sigue siendo clave para comprender quiénes somos y qué país queremos construir.
Han pasado más de cuarenta años desde que Jorge Néstor Águila y muchos otros—Lacroix, Ibañez, Miguel, Flores—entregaron su vida por la soberanía nacional. Para quienes no vivieron la guerra, ese pasado puede parecer lejano, una historia de otros tiempos. Pero su legado sigue siendo clave para comprender quiénes somos y qué país queremos construir.
Recordar a Moncho es, ante todo, un acto de justicia histórica. Es también una oportunidad para interrogarnos: ¿cómo queremos mantener viva la memoria de Malvinas? ¿Qué enseñanzas podemos extraer para el futuro?
Porque, seamos honestos: las mayores amenazas para la causa Malvinas no son las bases militares británicas que aparecen en los mapas australes. Son las que levantamos nosotros mismos con nuestra indiferencia, nuestra falta de conocimiento y nuestra desconexión con el pasado. Aprender sobre Moncho Águila y honrar su sacrificio es un paso necesario para romper ese ciclo y fortalecer nuestra identidad.
La memoria histórica no es solo un acto de recuerdo un día al año. Es, sobre todo, un compromiso con el futuro.
Mario Flores Monje es hijo de Mario Enrique Flores, quien murió en el hundimiento del Crucero General Belgrano durante la Guerra de Malvinas en 1982. Integra la comisión de Familiares de Caídos en Malvinas de Neuquén. Es Licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales.
Su padre había nacido en 1948 en Villa Tulumba, un pueblo de la provincia de Córdoba. Tenía nueve hermanos. Allí fue donde se crió y cursó sus estudios primarios hasta incorporarse a los 17 años a la Armada Argentina para formarse en la especialidad "Control tiro". Sus familiares cuentan que Flores había terminado su turno 15 minutos antes de las 16.15 cuando el primero de los dos torpedos lanzados por el submarino nuclear inglés HMS Conqueror en momentos en que navegaba a 35 millas al sur de la zona de exclusión determinada por Gran Bretaña alrededor de las Islas Malvinas. perforó las planchas de acero del crucero. Estiman que se encontraba donde impactó el misil.